El ministro Bakalá

3/3/17

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Por Antón Losada.


Antón Losada
Rafael Catalá es el ministro Bakalá, siempre acelerado y pasado de vueltas. A su lado Ruiz-Gallardón empieza a parecer un tipo discreto y solvente.


Quién nos lo iba a decir, que acabaríamos echando de menos a Ruiz-Gallardón como Ministro de Justicia. El gris y discreto burócrata que le sustituyó, Rafael Catalá, se ha revelado como un aspirante a estrella de la política, con un hambre insaciable de titulares y micrófono, una atracción incontenible por las luces y los brillos de las cámaras y una oscura voluntad de retorcer el Estado de derecho hasta volverlo completamente del revés; es el ministro Bakalá, siempre acelerado y pasado de vueltas. A su lado Gallardón empieza a parecer un tipo discreto y solvente, consciente de qué puede y no puede hacer o decir un ministro de Justicia del Reino de España.

El ministro Bakalá no dirige un ministerio. Más bien parece que presidiera un bufete de abogados con un único cliente, el Partido Popular, y que además cobrase por objetivos. Sea para terciar en alguna polémica política amenazando con judicializarla, sea para proteger a algún imputado acosando al juez de instrucción, sea para dar cobertura a algún caso de corrupción diseminando la sospecha sobre los investigadores mientras expresa su afecto hacia el presunto corrupto; el ministro Bakalá siempre tiene una declaración a punto para intentar poner a todo el mundo en posición de saludo.

La pregunta no es cuándo el ministro hace o dice algo que no debiera, sino cuándo no lo hace. Un día pronuncia una amenaza velada o, en el caso de Catalunya, muy explícita contra el discrepante o quien ose llevar la contraria al infalible criterio del Papa Rajoy. Otro día le toca señalar o poner en duda el trabajo de algún fiscal o algún juez que ande metiendo las narices donde no debería. Al siguiente se aplica a dar órdenes a la Fiscalía para que persiga a quien debe y deje en paz a los compañeros de partido, con quienes se encuentra casualmente después de haberles llamado por teléfono y citarse con ellos para verse y hablar de lo suyo. Los malpensados que sospechan que se reunió con el presidente de Murcia para explicarle cómo se iban a arreglar sus imputaciones en la Fiscalía se equivocan de plano y atentan gravemente contra la presunción de inocencia. Quedaron para que el ministro moviera los hilos y se volviera a poner en TVE aquel mítico especial que anunciaba la llegada de la primavera: "Murcia, qué hermosa eres".

Las palabras, incluso las imprudencias y excesos del ministro Bakalá, se las lleva el viento, aunque se suban a YouTube. El problema que nos queda son sus decisiones. Tras aprobar una reforma legal que impone un cronómetro a la Justicia para que los casos de corrupción caduquen lo antes posible, como los yogures, todas las noticias nos avisan que se dispone a ejecutar una purga en la Fiscalía para poner al mando sólo a los fiscales de estricta observancia y disposición natural a obedecer órdenes. No se trata de una metáfora ni una imagen. Es una purga estalinista de verdad, de esas que se hacen cuando se busca eliminar a todos los críticos y, de paso, a todos los testigos.

Sumen la inminente purga en la Fiscalía a la policía política que sabemos que hay en el Ministerio del Interior, porque nos cuentan que están desarticulando la que había montado el ministro anterior, y seguro que no necesitan un dibujo para saber a qué cloaca nos lleva.


Publicado en www.eldiario.es

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Hazte escuchar

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Por Jesús Maraña.


Jesús Maraña
Para ser sincero, creo que la organización integrista y ultraconservadora Hazte Oír ha conseguido sobradamente el objetivo que pretendía al poner en circulación un spot-trampa del tamaño de un autobús. Ha logrado que se haga oír un ideario basado en un montón de falsedades, prejuicios y sentencias predemocráticas que suponen un atentado contra derechos básicos como la igualdad o la libertad sexual. Una vez concedido ese vomitivo éxito, ahora procede responder al ruido generado con datos y argumentos que permitan “escuchar” en lugar de “oír” y acabar de una vez con la irresistible “broma” desubvencionar con fondos públicos a organizaciones inquisitoriales con intereses exclusivamente privados.

No está en discusión el derecho a la libertad de expresión. Cada cual es libre de pensar y expresar (por ejemplo) que la identidad de género tiene una relación directa con los genitales, del mismo modo que alguien puede negar la evidencia del cambio climático o que la Tierra gira alrededor del sol. De hecho quienes defienden que un ser humano con testículos no puede ser mujer son los mismos que creen a pies juntillas que María engendró a Jesús sin dejar de ser virgen. Con su pan se lo coman. Pero páguense el pan. No es admisible calificar de “utilidad pública” una asociación dedicada al proselitismo de una ideología medievalista y contraria a los valores constitucionales. Sus donantes no deben tener derecho a desgravar un solo euro por apoyar acciones agresivas contra los fundamentos de la convivencia democrática.

No tiene sentido en nuestro sistema democrático castigar penalmente mensaje alguno, por disparatado u ofensivo que sea, salvo aquellos que inciten de manera clara y efectiva a cometer delitos concretos o vulneraciones de derechos. Como apuntaba laprofesora Ana Valero en estas mismas páginas, “sólo cuando la palabra suponga un peligro claro e inminente para las personas podremos decir que estamos en presencia del discurso del odio”. No pedimos “desmantelar la cúpula de Hazte Oír”, como a sus promotores (y a su amigo el exministro de Interior Jorge Fernández Díaz) les gustaría claramente hacer con cualquier asociación de defensa de los derechos de lesbianas, homosexuales y transexuales. Combatiremos su discurso discriminatorio y ofensivo para la dignidad humana con el valor de la palabra y con la racionalidad. Lo que sí exigimos es que sus dislates dejen de ser sostenidos o facilitados por el erario público.

No cuela en este asunto la pretensión gubernamental de ponerse de perfil. Algunos portavoces del Ejecutivo y del PP se han distanciado incluso de Hazte Oír y su autobús, pero basta revisar la hemeroteca y el BOE para comprobar que llevan muchos años yendo de la mano en todas las campañas políticas y acciones judiciales promovidas contra los derechos básicos de igualdad de género o de libertad sexual. Si ahora, cuando han perdido la mayoría absoluta, han visto la luz del respeto al derecho al aborto, al matrimonio homosexual o a la libertad para cambiar de sexo, pueden demostrarlo fácilmente retirando a Hazte Oír esa “utilidad pública” de la que sacan un provecho crematístico a costa de la caja de todos.

El propio Ministerio de Educación debería poner al descubierto las falacias en las que basa su discurso esta organización ultraconservadora. Porque no es cierto que haya gobiernos autonómicos que promueven nada menos que la “conversión de individuos en homosexuales”, como también es falso que algunos libros citados por Hazte Oír sean de uso “obligatorio” en los colegios. Estiran la llamada posverdad (o prementira) para disimular lo que en realidad no aceptan: la obligación constitucional de enseñar en las escuelas, sean públicas o privadas, el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres, la no discriminación, el pluralismo y, por tanto, el conocimiento de las distintas opciones de orientación e identidad sexual. Todo particular o colectivo que no acepta esos principios democráticos y constitucionales tiene derecho a discrepar, pero en ningún caso a negar la educación de sus hijos ni mucho menos ahacer proselitismo de la discriminación a costa del erario público.

Por último, resulta patético que la ruidosa provocación de Hazte Oír permita difuminar las gravísimas agresiones al funcionamiento democrático que se vienen produciendo en las últimas semanas. Si una amplísima mayoría escuchara más y oyera menos, hoy no podrían seguir en sus cargos ni el presidente de Murcia ni el fiscal general del Estado ni el ministro de Justicia. Sobran los motivos para denunciar que han quebrado un mimbre tan básico en democracia como la separación de poderes.


Publicado en www.infolibre.es

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¿Sueñan los periodistas deportivos con presidentes eléctricos?

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Por Xosé Manuel Pereiro.


Xosé Manuel Pereiro
Los avances tecnológicos determinan nuevas narratividades. El desarrollo de la radio a comienzos del siglo XX generó la retransmisión en directo. La combinación de los avances en la fiabilidad de los pronósticos meteorológicos y en la portabilidad de señales de televisión produjo a comienzos del XXI el advenimiento de un nuevo género informativo: el climatológico. En este caso, los montes parieron un ratón. Así, lo que al menos en toda la parte no mediterránea de la península toda la vida se conoció como “invierno” pasó a ser un fenómeno mediático bajo el nombre de “temporal”.

Este mes de febrero comenzó en la zona atlántica con un temporal en tres actos, o con una sesión conjunta de tres temporales. Fuese uno o trino, en Galicia dejó sin luz a 200.000 usuarios (es decir, viviendas, no personas) y no en esos sitios remotos donde la gente se ha empeñado en ir a vivir sin más razones aparentes que multiplicar exponencialmente el nomenclátor y encarecer la prestación de servicios públicos. Quedaron sin electricidad aldeas, pero también ciudades dormitorio, urbanizaciones residenciales y barrios de capitales de provincia. No es que fuese el apagón de Nueva York de 1977, pero también fue causa de más problemas que el de estar a oscuras. Los vientos llegaron a los 180 kilómetros por hora (la escala Beaufort solo llega a los 118 kilómetros, fuerza 12, a partir de ahí ya hablamos de huracanes). Además de violentos y huracanados, los vientos tuvieron la mala idea de llevarse parte de las respectivas cubiertas de los estadios de fútbol de Ferrol, A Coruña y Vigo. Los tres son municipales, y los correspondientes ayuntamientos decidieron cerrarlos por razones de seguridad. En aquella primera jornada de febrero daba la casualidad de que los respectivos equipos –Racing, Deportivo y Celta-- jugaban en casa, con lo que los también respectivos rivales –Palencia, Betis y Real Madrid-- se vieron en la tesitura de desandar lo andado. Pero el Real Madrid no es un respectivo cualquiera.

Mientras palentinos y béticos se volvían para casa resignados o no, pero sin armar escándalo, el rival del club vigués se mostraba dispuesto a arrostrar, como el Pony Express, el viento, la lluvia y las tormentas con tal de llevar a cabo su objetivo. Para algunos, una muestra de sano espíritu competitivo. O para otros, por qué desaprovechar la oportunidad de asegurarse la cabeza de la clasificación en la liga más desigual de Europa jugando contra un equipo de suplentes, que encima es el que te ha apeado de la Copa. Afortunadamente, para mediar entre tanto hooliganismo, ofrecer una información plural y hacer análisis desapasionados está el periodismo. Desgraciadamente, lo que hay o hace ruido es otra cosa: discusiones de bar de carretera reproducidas a voz en cuello en un plató, manolos del bombo que han sustituido el tambor por el micrófono.

Sin entrar ya en las opiniones de las redes sociales, esas que para algunos han venido a sustituir eficazmente a las paredes de los servicios públicos, el Celta, el estadio, las infraestructuras deportivas gallegas en general y sobre todo el alcalde de Vigo, Abel Caballero, fueron blanco (nunca mejor dicho) de todo tipo de invectivas por informadores que no sabían poner Vigo en el mapa, pero se revelaban como expertos en techumbres y forjados. Ellos, y el propio club madridista en un comunicado, llegaron a proponer una brillante solución: arreglar la cubierta, una medida que inexplicablemente no se les había ocurrido a ninguno de los ayuntamientos, ni a los equipos locales ni a los visitantes resignados. A todo esto, Caballero, que ha destapado al llegar al cargo una personalidad peculiar, que no dejó entrever ni como ministro de Felipe González ni como candidato a la Xunta, está manifiestamente encantado de su papel como María Pita resistiendo el asalto del Francis Drake del Bernabéu. Incluso los deportivistas más acérrimos se indignaron y se solidarizaron con el enemigo meridional.

Mientras tanto, el mundo inexplicablemente seguía girando, incluso en la zona cero del conflicto, solo que allí, en buena parte, a oscuras. En una comunidad exportadora de energía eléctrica, decenas de miles de familias pasaron el fin de semana sin corriente. Algunos de esos miles, hasta cinco días. Una anciana murió al resbalar en la escalera sin luz de su casa. Un hombre falleció aplastado por el árbol que intentaba retirar. Otro sufrió heridas al apartar un cable caído, y varios niños resultaron intoxicados leves por gases de un generador. Porque esos días se vendieron centenares de generadores, y no solo para poder celebrar fiestas infantiles. La carne de la matanza que tiene que durar todo el año y otros alimentos se guardan en las viviendas rurales en enormes arcones congeladores.

El antifranquismo tardío en Galicia se forjó en gran medida en luchas contra las eléctricas que inundaban valles, o que intentaron en vano construir una central nuclear en la costa de Lugo. Sobre todo Fenosa, la compañía de origen coruñés, que encima en los ochenta emigró, pero dejó los embalses y conservó el casi monopolio del suministro (y por lo tanto de las averías). Este mes de marzo hará doce años, Amancio Ortega (Inditex), Jacinto Rey (Constructora San José) y la hoy extinta Caixanova se aliaban para “repatriar” a Galicia Unión Fenosa. El accionista mayoritario, el Banco Santander, ponía a la venta su paquete del 22% de las acciones de la eléctrica y la troika de empresarios gallegos llegó a un acuerdo con el vicepresidente y director general, Matías Rodríguez Inciarte, para comprar a 30 euros por acción. Solo faltaba firmar, pero en esto apareció en el último momento una oferta de 32 euros, como el verdadero enamorado en la escena de la boda de las comedias románticas. Emilio Botín aceptó de inmediato. El candidato por sorpresa tenía una deuda de 1.200 millones de euros, pero no hubo problema: el dinero para la compra lo proporcionó el propio vendedor, el Banco Santander.

El resuelto pretendiente era Florentino Pérez/ACS. Formalizado el matrimonio, declaró que entraba en la eléctrica “con voluntad de permanencia”. Sin embargo en julio de 2008, cuando apenas se habían cumplido tres años, las bodas de cuero en la tradición anglosajona, vendió a Gas Natural por 7.600 millones su paquete accionarial, que un par de meses antes no alcanzaba los 5.000 millones de valor en Bolsa. Como diría Von Clausewitz si tuviese un palco en el Bernabéu: “Los negocios son la continuación del fútbol por otros medios”.


Publicado en www.ctxt.es

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