‘La gran evasión’ del cinéfilo fiscal Torres-Dulce

19/12/14


Por Ángel Sánchez de la Fuente.


Desde que en diciembre de 2011 accedió a la Fiscalía General del Estado y hasta su dimisión, Eduardo Torres-Dulce Lifante (Madrid, 14-5-1950), todo un experto en cine, había demostrado ser uno de los nuestros, o sea, de los suyos, de Rajoy y de todos los hombres del presidente. Su hoja de servicios prestados al Gobierno que lo nombró ha acabado situándole en la cuerda floja y en el camino a la perdición. Como la tentación vive arriba, en las esferas del poder (todo un nido de águilas), no supo decir que no al cargo. Ahora, harto de vivir peligrosamente entre más lágrimas que sonrisas, tal vez piense para sus adentros: Dios mío, ¿cómo he caído tan bajo?

El tormento y el éxtasis


Torres-Dulce, que ha declarado que su marcha se debe a razones estrictamente personales, volverá a la fiscalía del Tribunal Constitucional, el mismo puesto que ocupó desde 1985 hasta octubre de 1996. Con Aznar en la Moncloa y el inefable (no tenemos palabras) Jesús Cardenal de fiscal general, Torres-Dulce fue el jefe de la secretaría técnica de la Fiscalía General del Estado. Durante ese mandato se opuso a que los tribunales españoles investigasen las dictaduras de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina. En el periodo de la mayoría absoluta aznarista (2000-2004), nuestro admirador de John Ford logró ser fiscal de Sala y jefe de lo Penal del Tribunal Supremo (entonces qué verde era su valle y qué experiencia la de vivir la pasión de los fuertes). A raíz del triunfo electoral del socialista Zapatero, Torres-Dulce quedó en tierra de nadie hasta que hizo crash y le sustituyó Conde-Pumpido. Pero, recuperado el Gobierno por el PP a finales de 2011, fue el entonces fiscal general Conde-Pumpido el sustituido por Torres-Dulce, quien en siete años experimentó el tormento y el éxtasis.

El cielo puede esperar


Dados los antecedentes familiares, Torres-Dulce estaba predestinado a ser lo que es. Su padre fue magistrado del Supremo, y un tío suyo, presidente del terrible y temible Tribunal de Orden Público (el TOP franquista encargado de reprimir a los disidentes del régimen). Relacionado familiarmente con el Opus Dei el cielo puede esperar) y socio del Real Madrid, que tantas satisfacciones le proporciona (La vida es bella), su carrera de fiscal en Sevilla, Guadalajara y Madrid le granjeó fama entre sus colegas de profesión. También ha descollado como profesor en distintos centros universitarios de variado signo ideológico (desde el conservador CEU, hasta el jesuítico ICADE, pasando por la Universidad Autónoma de Madrid y la Pontificia de Salamanca). Pero siempre ha sido el cine su oscuro objeto del deseo. Fue cofundador y destacado miembro del consejo de redacción de la prestigiosa revista Nickel Odeon, así como autor de libros como el titulado Armas, mujeres y relojes suizos. En él se explaya con párrafos como este: “Si tuviera que escoger un solo plano de toda la historia del cine, elegiría un primer plano, VistaVisión y Technicolor, iluminado por Winton C. Hoch. Un primer plano que capta el rostro de Ethan Edwards en Centauros del desierto, película dirigida en 1965 por John Ford.”

Dados los antecedentes familiares, Torres-Dulce estaba predestinado a ser lo que es. Su padre fue magistrado del Supremo, y un tío suyo, presidente del terrible y temible Tribunal de Orden Público (el TOP franquista encargado de reprimir a los disidentes del régimen). Relacionado familiarmente con el Opus Dei (

Las amistades peligrosas


Pero dejando a un lado la ficción cinematográfica y volviendo a la realidad judicial, si nosotros tuviéramos que escoger un plano de una decisión de Torres-Dulce como fiscal general, elegiríamos el primer plano más delirante de su gestión. Nos referimos a cuando, en marzo de 2012, ordenó que se investigara la chatarra de los trenes desguazados del dramático 11-M, por si hubiese habido obstrucción a la justicia. Desde septiembre de 2004 ya se conocía que los restos estaban donde tenían que estar. El fiscal general se basaba en un reportaje aparecido en Libertad Digital (web propiedad de Federico Jiménez Losantos, ojito con las amistades peligrosas) que denunciaba la aparición de esos restos ferroviarios. La perplejidad ciudadana fue tal que no tuvo más remedio que dar marcha atrás: “Nadie va a reabrir el caso. El sumario del 11-M declaró unos hechos probados incontestables.” Y a continuación rizó el rizo de esta manera: “Otra cosa es que se produzca algún tipo de denuncia que merece ser investigada, lo que no significa en modo alguno reabrir el caso […] Es un poco una apertura in genere…” Sin perdón.

Esta pifia ridícula no ha tenido la trascendencia que otras decisiones a las que ha estado obligado por su dependencia del Gobierno. En razón de su cargo como fiscal del Estado, ha sido Torres-Dulce quien ha pugnado para que la infanta Cristina no fuese imputada en el caso Nóos. Ha sido él quien ordenó que se retirase un recurso en el Tribunal Constitucional sobre las desapariciones de represaliados en la guerra y posguerra de España. Él fue quien favoreció la no condena de Francisco Camps al no recurrir ante el Supremo. Sí, Torres-Dulce ha sido el que alentó a acusar a los policías del caso Faisán de colaborar con ETA (pese a todo, al final sólo fueron condenados por revelación de secretos). ¿Y qué decir de su posición en el delicado tema del soberanismo catalán? Primero, en marzo de 2013 forzó la renuncia del fiscal superior de Cataluña Martín Rodríguez Sol, porque este defendía la legitimidad de una consulta, aunque al mismo tiempo rechazase el secesionismo. En segundo lugar, a raíz del 9-N independentista, afrontó la querella contra Artur Mas, aunque sudó lo suyo, porque los fiscales catalanes no lo veían claro y no estaban por la labor. Ha quedado reservado el derecho de admisión en el club de los fiscales muertos.

Dos cabalgan juntos


Ya lejos del mundanal ruido del universo mediático, Torres-Dulce podrá reiniciar el regreso al futuro enlazando con su pasado de activismo cinéfilo. ¿Volverá a compartir con José Luis Garci y Luis Herrero los micrófonos de EsRadio (emisora integrada en Libertad Digital, grupo del citado Jiménez Losantos, que se ha nutrido con fondos de la caja b del PP)? El programa en que participaba Torres-Dulce se titulaba Cowboys de medianoche. Ciertamente: Qué noches la de aquellos días. ¿Colaborará de nuevo con su amigo Garci, tanto como crítico televisivo (¡Qué grande es el cine!), como coguionista de películas? Es sabido que la última experiencia conjunta no resultó nada triunfal. Fue con el filme –de pretencioso título—Holmes and Watson. Madrid days. En él, se pretende denunciar la corrupción en los círculos del poder. No aparece Bárcenas, pero sí el entonces alcalde de Madrid Ruiz-Gallardón interpretando en un breve papel a su tío bisabuelo Isaac Albéniz. Claro que ahora Torres-Dulce y Gallardón ya no son tan amigos como cuando el ministro propuso a aquel para fiscal. Si los dos, Garci y el fiscal, cabalgan juntos otra vez podrían sacarse la espina del nulo eco popular de Holmes and Watson y de críticas como esta publicada en El País: “Obra anacrónica, morosa, acartonada, involuntariamente cómica y un tanto delirante.” A pesar de reveses así, no hay duda de que, después de lo mal que lo ha pasado como fiscal, añorará aquellos tiempos todavía recientes: Los mejores años de nuestra vida.


Publicado o 19/12/2014 en  http://lamentable.org


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