Adiós Torres-Dulce, adiós

19/12/14


Por José María Mena.


J.M. Mena
Eduardo Torres- Dulce era, desde hace tres años, Fiscal General del Estado. Acaba de dimitir, según él mismo ha dicho, por razones personales. Hay distintas versiones o conjeturas sobre cuáles son esas razones. Hacía tiempo que se comentaba su incomodidad o disgusto por la dificultad para mantener frente al Gobierno unos niveles decorosos de autonomía. Su reivindicación ante la clamorosa insuficiencia de medios personales y materiales para la actividad diaria y para la persecución de delitos económicos complejos, tampoco fue, nunca, atendida por el Gobierno.

Pero todo esto debiera haberlo previsto Torres-Dulce desde que le nombraron. Es un fiscal veterano, y sabía que siempre ha sido así. Es razonable que muchos piensen que las razones personales han sido otras, o por lo menos, que, además, hay otras razones “personales”.

El mundo de la justicia parece que lleva tiempo revuelto, pero lo que realmente está revuelto es el mundo en el que la justicia debería intervenir para resolver los conflictos. Si nuestro mundo fuera un encuentro deportivo, sería un partido de alto riesgo, sucio y enmarañado. El peor escenario para los árbitros. La justicia, como árbitro de este país nuestro, no da la talla. El papel de la fiscalía tampoco es satisfactorio, obligada a la objetividad del árbitro, y a la combatividad del contendiente, como si desde la banda el entrenador le instara a grandes voces que de más leña, o a entretener el juego, a perder el tiempo, o a retirarse del terreno de juego para que entre otro en su lugar. El papel de ese entrenador es el que hace el Gobierno. No debe olvidarse que la institución del fiscal, desde los tiempos remotos de su nacimiento en Francia, siempre fue un puente entre el Poder Ejecutivo y el Poder judicial. Un órgano de comunicación o un caballo de Troya, según los momentos históricos, los gobiernos, y las circunstancias.

En las actuales circunstancias, para entender lo que está pasando en la fiscalía debemos recordar que sólo hace nueve meses, el que entonces era Fiscal Superior de Cataluña realizó una declaraciones atinadas y prudentísimas sobre el proceso soberanista catalán, sin salirse un ápice de su marco técnico jurídico, y fue cesado fulminantemente, al día siguiente, por Torres-Dulce. Dicen los mentideros de Madrid que el Fiscal General había recibido el siguiente recado del Gobierno: o la cabeza del catalán o la tuya. Gallardón era el ministro de Justicia, aunque por poco tiempo. Para Torres-Dulce debió ser un paso amargo, porque entre él y el fiscal de Barcelona había una antigua amistad.

Torres-Dulce salvó la cabeza con dificultad y alto coste personal, en el primer incidente relacionado con el soberanismo catalán, el Marzo pasado. Ahora no ha podido.

Llegó lo del 9-N. Aquella gran manifestación cívica escenificada como si fuera una consulta popular, pero con urnas de cartón. Había dos posibilidades ante lo que desde el Gobierno se consideró una osadía del President Mas: o tratarla como una iniciativa política desde márgenes exclusivamente políticos, o tratarla como un desafuero jurídico, utilizando las severas herramientas jurídicas. Se recurrió al Tribunal Constitucional, que se limitó a la mínima respuesta procesal, inevitable, de admitir a trámite el recurso del Gobierno. El Gobierno, no satisfecho con esta cauta respuesta jurídica, pretendió servirse de la represora herramienta judicial penal. Varias voces caracterizadas del Gobierno y del PP quisieron lucir su rigurosa intolerancia anunciando la inmediata querella de la fiscalía, cuya credibilidad como institución dotada de autonomía quedaba, así, en entredicho. Para esto el Gobierno necesitaba a Torres-Dulce. Pero como el President y sus Consellers son aforados ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, Torres-Dulce necesitaba, a su vez, a la Fiscalía Superior de Cataluña.

Entonces empezó la breve película que dio al traste con el Fiscal General. Estos son los principales pasajes del cortometraje:

  1. La Fiscalía Superior de Cataluña, por unanimidad, decidió remitir a Madrid un riguroso y extenso informe estimando que no había base jurídica para interponer la querella.
  2. La Fiscalía General, con un criterio “casualmente” idéntico al del Gobierno, persistió en su perspectiva criminalizadora, ordenando la interposición de la querella. 3. El Fiscal Superior de Cataluña invocó el excepcionalísimo artículo de la objeción de conciencia, reglamentariamente previsto para desatender una orden superior.
  3. El Fiscal General no atendió las razones de los fiscales de Cataluña, y ratificó definitivamente su orden.
  4. La Fiscalía Superior de Cataluña se querelló contra el Gobierno de Cataluña, con base en unos criterios que le han sido impuestos jerárquicamente, y que no comparte.
  5. El Tribunal Superior se encuentra en la siguiente tesitura: o bien rechazar la querella, coincidiendo con lo que piensan los fiscales de Cataluña, pero rechazando lo que escriben, contra su voluntad, en el escrito presentado, o bien admitir la querella, según lo que se pide en el escrito dictado por Torres-Dulce, pero sabiendo que es lo contrario de lo que piensan los fiscales que, si sigue adelante el caso, deberían mantener la acusación. Vaya lío.

Pero en todo este trámite Torres-Dulce no demostró la contundencia y prontitud que el Gobierno deseaba. Los pausados ritmos jurídicos y procesales se impusieron a los ritmos políticos, siempre acelerados, ansiosos. El caballo de Troya del Ejecutivo en el Judicial no ha funcionado. El Fiscal General, en tantas ocasiones criticado y criticable, se va como jurista, con dignidad. A ver qué hace ahora el Gobierno con la Fiscalía, con un nuevo Fiscal General, con los tribunales y con el soberanismo…


Publicado o 18/12/2014 en http://lamentable.org

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