Rodrigo Rato en el circo romano

20/4/15


Por Luis Fernando Rodríguez Guerrero.


A estas alturas del espectáculo, nadie duda ya de que tras el mediático arresto domiciliario por unas horas de Rodrigo Rato el pasado jueves hay una decisión política que busca reforzar la idea del “firme compromiso” del Gobierno en la lucha contra la corrupción. Eso es grave. Y más lo es que algo así haya sido posible gracias a la debilidad de las estructuras judiciales que deben perseguir ese tipo de comportamientos. Y está por ver que alguien pueda sentirse satisfecho con los resultados obtenidos.

Nadie parece sorprenderse de que todo un exvicepresidente económico del gobierno de España, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y expresidente de Bankia controle un entramado de empresas en el extranjero cuyo objetivo es ocultar a la Hacienda española una parte de su patrimonio, al parecer la más voluminosa. Hace tiempo que la opinión pública española acepta determinadas noticias con un estoicismo preocupante, muy similar al empleado por las culturas clásicas que soportaban desgracias a base de atribuirlas a designios divinos.

La persecución judicial de Rato, de confirmarse esas sospechas, debería ser implacable y ejemplar, pero mal comienzo es ese tufo a maniobra política que rodea todo lo sucedido desde el pasado jueves. O todo lo que parece haber sucedido porque, como suele ocurrir en estos casos, a estas horas la opinión pública sigue sin disponer de una versión oficial fiable sobre lo acaecido, lo que abre el campo de juego a todo tipo de especulaciones, filtraciones e hipótesis que sólo ayudan a enmarañar la situación.


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