La gafas de empollón

27/9/15


Por Miguel Olarte.


AHMED MOHAMED no hubiera durado tres recreos en el patio de mi colegio. Bueno, a lo mejor él sí, pero sus gafas fijo que no. Porque no es por ánimo de caricaturizar, pero es que todos los empollones llevan gafas. Es más, yo creo que para nosotros eran las gafas las que hacían al empollón, no al revés; en mi patio si destacabas mucho en los estudios pero no llevabas gafas, eras simplemente estudioso. Como en todos, supongo. Yo, por si acaso, no les dije a mis padres que era miope hasta los 18; entré en la óptica como un campeón y salí con cristales que sumaban seis diotrías y media. Claro que, para asegurar, tampoco me afané en destacar con las notas, cualquier precaución es poca.

El caso es que si llevabas gafas y sabías montar un ingenio que funcionase, como Ahmed Mohamed, que se marcó un reloj, mejor no hacerse notar en los recreos. Normal, mi generación es hija de las clases de Pretecnología, que es lo más cerca de la ciencia que hemos estado muchos en toda nuestra vida. Si lograbas cortar un tablerillo en recto sin romper más de siete pelos de sierra estabas aprobado. Yo una vez tuve un notable por construir un pozo con un trozo de cartón y un clip metálico que hacía que se enroscase el cubo. Los de sobresaliente lograban después de un semestre crear un circuito eléctrico con una pila de petaca, un fusible, un interruptor y una bombilla. La matrícula de honor se apartaba para aquellos que además conseguían que la bombilla se encendiese. Hubo cursos que quedó desierta.


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