Por Jesús Maraña.
La corrupción ofende al contribuyente honrado en cualquiera de sus formas, pero resulta especialmente indignante cuando sus ejecutores se dedican a hacer negocio precisamente con la bandera de la lucha contra la corrupción o la defensa de los derechos de los más débiles, los consumidores, los estafados, aquellos que no tienen capacidad para reclamar contra los abusos de poder.
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