¿Sueñan los periodistas deportivos con presidentes eléctricos?

3/3/17


Por Xosé Manuel Pereiro.


Xosé Manuel Pereiro
Los avances tecnológicos determinan nuevas narratividades. El desarrollo de la radio a comienzos del siglo XX generó la retransmisión en directo. La combinación de los avances en la fiabilidad de los pronósticos meteorológicos y en la portabilidad de señales de televisión produjo a comienzos del XXI el advenimiento de un nuevo género informativo: el climatológico. En este caso, los montes parieron un ratón. Así, lo que al menos en toda la parte no mediterránea de la península toda la vida se conoció como “invierno” pasó a ser un fenómeno mediático bajo el nombre de “temporal”.

Este mes de febrero comenzó en la zona atlántica con un temporal en tres actos, o con una sesión conjunta de tres temporales. Fuese uno o trino, en Galicia dejó sin luz a 200.000 usuarios (es decir, viviendas, no personas) y no en esos sitios remotos donde la gente se ha empeñado en ir a vivir sin más razones aparentes que multiplicar exponencialmente el nomenclátor y encarecer la prestación de servicios públicos. Quedaron sin electricidad aldeas, pero también ciudades dormitorio, urbanizaciones residenciales y barrios de capitales de provincia. No es que fuese el apagón de Nueva York de 1977, pero también fue causa de más problemas que el de estar a oscuras. Los vientos llegaron a los 180 kilómetros por hora (la escala Beaufort solo llega a los 118 kilómetros, fuerza 12, a partir de ahí ya hablamos de huracanes). Además de violentos y huracanados, los vientos tuvieron la mala idea de llevarse parte de las respectivas cubiertas de los estadios de fútbol de Ferrol, A Coruña y Vigo. Los tres son municipales, y los correspondientes ayuntamientos decidieron cerrarlos por razones de seguridad. En aquella primera jornada de febrero daba la casualidad de que los respectivos equipos –Racing, Deportivo y Celta-- jugaban en casa, con lo que los también respectivos rivales –Palencia, Betis y Real Madrid-- se vieron en la tesitura de desandar lo andado. Pero el Real Madrid no es un respectivo cualquiera.

Mientras palentinos y béticos se volvían para casa resignados o no, pero sin armar escándalo, el rival del club vigués se mostraba dispuesto a arrostrar, como el Pony Express, el viento, la lluvia y las tormentas con tal de llevar a cabo su objetivo. Para algunos, una muestra de sano espíritu competitivo. O para otros, por qué desaprovechar la oportunidad de asegurarse la cabeza de la clasificación en la liga más desigual de Europa jugando contra un equipo de suplentes, que encima es el que te ha apeado de la Copa. Afortunadamente, para mediar entre tanto hooliganismo, ofrecer una información plural y hacer análisis desapasionados está el periodismo. Desgraciadamente, lo que hay o hace ruido es otra cosa: discusiones de bar de carretera reproducidas a voz en cuello en un plató, manolos del bombo que han sustituido el tambor por el micrófono.

Sin entrar ya en las opiniones de las redes sociales, esas que para algunos han venido a sustituir eficazmente a las paredes de los servicios públicos, el Celta, el estadio, las infraestructuras deportivas gallegas en general y sobre todo el alcalde de Vigo, Abel Caballero, fueron blanco (nunca mejor dicho) de todo tipo de invectivas por informadores que no sabían poner Vigo en el mapa, pero se revelaban como expertos en techumbres y forjados. Ellos, y el propio club madridista en un comunicado, llegaron a proponer una brillante solución: arreglar la cubierta, una medida que inexplicablemente no se les había ocurrido a ninguno de los ayuntamientos, ni a los equipos locales ni a los visitantes resignados. A todo esto, Caballero, que ha destapado al llegar al cargo una personalidad peculiar, que no dejó entrever ni como ministro de Felipe González ni como candidato a la Xunta, está manifiestamente encantado de su papel como María Pita resistiendo el asalto del Francis Drake del Bernabéu. Incluso los deportivistas más acérrimos se indignaron y se solidarizaron con el enemigo meridional.

Mientras tanto, el mundo inexplicablemente seguía girando, incluso en la zona cero del conflicto, solo que allí, en buena parte, a oscuras. En una comunidad exportadora de energía eléctrica, decenas de miles de familias pasaron el fin de semana sin corriente. Algunos de esos miles, hasta cinco días. Una anciana murió al resbalar en la escalera sin luz de su casa. Un hombre falleció aplastado por el árbol que intentaba retirar. Otro sufrió heridas al apartar un cable caído, y varios niños resultaron intoxicados leves por gases de un generador. Porque esos días se vendieron centenares de generadores, y no solo para poder celebrar fiestas infantiles. La carne de la matanza que tiene que durar todo el año y otros alimentos se guardan en las viviendas rurales en enormes arcones congeladores.

El antifranquismo tardío en Galicia se forjó en gran medida en luchas contra las eléctricas que inundaban valles, o que intentaron en vano construir una central nuclear en la costa de Lugo. Sobre todo Fenosa, la compañía de origen coruñés, que encima en los ochenta emigró, pero dejó los embalses y conservó el casi monopolio del suministro (y por lo tanto de las averías). Este mes de marzo hará doce años, Amancio Ortega (Inditex), Jacinto Rey (Constructora San José) y la hoy extinta Caixanova se aliaban para “repatriar” a Galicia Unión Fenosa. El accionista mayoritario, el Banco Santander, ponía a la venta su paquete del 22% de las acciones de la eléctrica y la troika de empresarios gallegos llegó a un acuerdo con el vicepresidente y director general, Matías Rodríguez Inciarte, para comprar a 30 euros por acción. Solo faltaba firmar, pero en esto apareció en el último momento una oferta de 32 euros, como el verdadero enamorado en la escena de la boda de las comedias románticas. Emilio Botín aceptó de inmediato. El candidato por sorpresa tenía una deuda de 1.200 millones de euros, pero no hubo problema: el dinero para la compra lo proporcionó el propio vendedor, el Banco Santander.

El resuelto pretendiente era Florentino Pérez/ACS. Formalizado el matrimonio, declaró que entraba en la eléctrica “con voluntad de permanencia”. Sin embargo en julio de 2008, cuando apenas se habían cumplido tres años, las bodas de cuero en la tradición anglosajona, vendió a Gas Natural por 7.600 millones su paquete accionarial, que un par de meses antes no alcanzaba los 5.000 millones de valor en Bolsa. Como diría Von Clausewitz si tuviese un palco en el Bernabéu: “Los negocios son la continuación del fútbol por otros medios”.


Publicado en www.ctxt.es

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