El ministro y el farsante

25/11/15


Por Miguel Olarte.


EL PAPELITO DEBE DE andar despistado por el fondo de algún cajón o entre los documentos de alguna carpeta. O no, a lo mejor se perdió definitivamente en algún traslado o acabó en la basura en uno de esos arrebatos de limpieza a los que me arrastra el resto de la familia de vez en cuando, empeñados en reventar mi desorden con sus absurdas normas de convivencia, los muy tiquismiquis. Cualquier cosa, porque era un papel birrioso, del tamaño de medio folio, bastante arrugado, una piltrafa.

Era, sin embargo, la única prueba de que obtuve una licenciatura universitaria. Tenía los sellos oficiales y era lo que daban en la universidad recién acabada la carrera, como resguardo de que habías pagado las tasas y solicitado el título oficial. Veintitrés años después, sigo sin ir a por el título. Mi madre me lo ha pedido un par de veces, por colgarlo en el salón o así, como hacen los médicos o los abogados en sus despachos, pero me niego a recibir como certificado de mi esfuerzo un documento en el que el nombre del Rey aparece en letras más grandes que el mío. Ahora ya de poco vale, entonces los firmaba el Rey usado y a lo mejor ni es válido.


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