Por Susana Gisbert.
Un año acaba de hacer que ese abstracto llamado “legislador” nos dio en la cabeza con esa piedra –más bien pedrusco- con que llevaba tiempo amenazándonos, la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, una reforma precipitada y farragosa que marcó un antes y un después.
Quizás alguien piense que exagero, pero sólo con echar una ojeada a la hemeroteca y ver la polvareda que produjo en su día en todos los operadores jurídicos, encabezados por el Ministerio Fiscal -particular víctima propiciatoria de las veleidades reformistas-, verán que no exagero un ápice.
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