Cierren la boca

19/1/17


Por Manuel Jabois.


Manuel Jabois
La condena a Strawberry no hace más que coronar la cumbre buscada en sucesivos juicios que suprimen deliberadamente el contexto de los mensajes.


Ha sido una suerte que la condena a un año de prisión de César Strawberry por enaltecimiento del terrorismo se haya producido el mismo día en que la nieta de Carrero-Blanco publicase una carta titulada Enaltecimiento del mal gusto. Describe a la perfección el paisaje y sus condiciones, con una justicia obsesionada en proteger a quienes no se sienten atacados porque en el fondo, de lo que se trata, no es tanto callar a Strawberry como al resto.


Fundada la tradición según la cual hay que medir el uso del humor, vestido de la forma que sea, queda esperar a que la sociedad digiera las lecciones de unos tribunales capaces de equiparar la apropiación de millones de euros en la quiebra de unas cajas con varios tuits. No se mide el daño a la sociedad, que ha pagado los vicios de los primeros y es indiferente a los segundos, sino la capacidad que le va quedando para expresarse libremente. Dirigirla a varazos en los lomos a un rebaño en el que una voz no sea más alta que la otra; una crítica institucional y cortés, cuando no directamente servil.


Es el Supremo, con su condena, el que marca límites desconocidos en un territorio sagrado. El ciudadano común que crea de verdad que Strawberry piensa enviar por Navidad un “roscón-bomba” a La Zarzuela o sueña con que vuelvan a secuestrar a Ortega-Lara, como escribió en sus tuits, tiene un problema; si ese ciudadano común es magistrado del Tribunal Supremo, el problema lo tiene España.

En Twitter, como dice el presidente de la Sala en la sentencia contra Strawberry, hay mensajes que “alimentan el discurso del odio, legitiman el terrorismo como fórmula de solución de los conflictos sociales y, lo que es más importante, obligan a la víctima al recuerdo de la lacerante vivencia de la amenaza, el secuestro o el asesinato de un familiar cercano”. Pero no son los que se someten al gusto subjetivo de cada uno; son los que carecen de dobleces y van directamente a la apología del franquismo, del maltrato a las mujeres, al enaltecimiento del nazismo y a la persecución de minorías, virtual y físicamente. Llaman a palizas y dan direcciones postales. Búsquenlos: muchos podemos enseñarles esas cuentas, muchos somos objeto de atención periódica de esos anónimos. De verdad, no como en La Zarzuela, pendientes de que les llegue un roscón-bomba enviado por el cantante de Def con Dos.

La condena no hace más que coronar la cumbre buscada en sucesivos juicios que suprimen deliberadamente el contexto de los mensajes, como ocurrió con el concejal Zapata. Del mismo modo, esa pena de cárcel no se entiende sin un contexto institucional de una gravedad incontrolada: se persigue y se denuncia y ahora se condena discriminando, se define el odio a capricho, no se elige el objetivo de forma aleatoria y se pretende aplastar disidencias yéndolas a buscar a extremos irresponsables, como el humor, para limpiar un área de opinión pública ligándola a una supuesta desestabilización del Estado. Con todo lo que tienen en las instituciones y en la banca, donde sí se erosiona el sistema, salen a la calle a buscar el peligro olisqueando teléfonos móviles.


Publicado o 19/01/2017 en El País

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